Introducción
Entre mi deseo de trabajar en torno a las ideas de Jean Laplanche y mis posibilidades de comentar lo que leí e intentar traducir lo que comprendí, este es mi sencillo homenaje a este gran teórico y psicoanalista, en el año en el que conmemoramos el centenario de su nacimiento.
Mi intención fue la de detenerme en el texto de Jean Laplanche “La revolución copernicana inacabada”, que constituye el primer capítulo del libro que, en su primera edición, tenía el mismo título, pero que, luego, pasó a llamarse La prioridad del otro en psicoanálisis. En ese artículo, el autor se propone volver a abrir los tiempos de lo originario, que tiene una relación absoluta con el otro, “hacer trabajar” las ideas freudianas (teóricas y clínicas) relacionadas con el tema y, al mismo tiempo, cotejarlas con sus “nuevos fundamentos para el psicoanálisis”. Se trata de un texto complejo e instigador que revela, a medida que se va desplegando, la belleza de una obra al mismo tiempo científica y literaria.
Primero, presentaré una breve síntesis sobre la revolución ocasionada por la colisión entre las ideas copernicanas y las ptolemaicas. El punto central de ese debate condujo a la conclusión de que la Tierra no era en realidad el centro del universo ni el hombre ocupaba un lugar de absoluto relieve, no cabiendo que se lo tomara como medida de todas las cosas. La “revolución copernicana”, relacionada al cuerpo celeste, nos lleva a pensar, a partir de la lectura del texto de Laplanche, en otra revolución, la psicoanalítica, y nos conduce al pensamiento de dos grandes hombres relacionados con esa última revolución: Sigmund Freud y Jean Laplanche, quienes discurrieron sobre la constitución del psiquismo y sus consecuencias para el ser humano y para la tarea clínica.
Empecemos…
Es en el núcleo de la experiencia inaugurada por Freud que se sitúa mi pensamiento: no para limar asperezas o para afinar los detalles, sino para hacerlo trabajar y, en el sentido pleno de las palabras, devolverle el alma. Tarea evidentemente infinita y que el texto no puede tener como objeto concluir: este escrito es, por el contrario, una meditación sobre la necesidad de ininterrumpidamente volver a abrir la brecha original, otrora abierta por la extranjería del otro.
(Laplanche, 1992/2016, p. 15)
Desde la Grecia antigua, alrededor de los siglos IV y V a.C., la humanidad creía en el geocentrismo: suponía que la Tierra era el centro del universo y que todos los astros giraban en torno a ella. La Iglesia Católica defendía esa tesis que encontraba amparo en los textos bíblicos, que situaban al hombre como centro del universo, figura central de la Creación. En el largo período durante el cual el geocentrismo fue el modelo dominante, la corriente ptolemaica fue la más aceptada, teniendo en Ptolomeo (siglo II d.C.) a su figura más importante. A partir del debate entre un nuevo pensamiento que se venía haciendo presente y las ideas de Ptolomeo, surgió una “nueva astronomía” entre los siglos XVI y XVII. Copérnico, astrónomo y matemático, representó esos nuevos estudios e ideó el sistema heliocéntrico (“Helios” era el nombre del dios Sol entre los romanos). Sin embargo, es importante que se resalte que quien primero hizo mención a un sistema heliocéntrico fue Aristarco de Samos (siglo III a.C.) y se cree que Copérnico tuvo conocimiento de esos planteamientos inaugurales.
El principal cuestionamiento en la historia de la astronomía fue este: ¿qué gira alrededor de qué? Dos líneas de pensamiento se alternaron: la ptolemaica y la copernicana. Mientras Ptolomeo proponía que la Tierra sería el centro del universo, Copérnico planteaba como punto principal de su teoría la ausencia de un centro. A partir de su planteamiento, se empezó a ver como absurdo pensar que, en un mundo con distancias infinitas, una estrella o el sistema solar sería el centro del universo. El copernicanismo inauguró una nueva estructuración para la ciencia, que, desprovista de aspectos divinos, favoreció cambios profundos en el conocimiento científico, volviendo absurda la idea de un centro en un universo tan amplio. Ese descubrimiento tuvo repercusiones significativas en el psicoanálisis y permitió repensar la génesis del sujeto psíquico a partir del descubrimiento de que ¡por cierto el hombre no era el centro del universo!
Ese descentramiento trajo consigo una amenaza, la de que, al ya no ser el hombre el centro de todo, todo lo creado a su imagen quedara desvalorizado. El sujeto humano pasó a ser visto, así, como insignificante en la inmensidad del universo, puesto que no era la medida de todas las cosas. El descentramiento y la infinitud del universo anunciaban una infinitud del saber y un descentramiento epistemológico difícil de aceptar (Laplanche, 1996).
En otro espacio y en otro momento, posterior, se instauraría el descentramiento radical propuesto por el psicoanálisis por medio de dos vertientes: la primera, el descubrimiento del inconsciente por Freud: Das Andere, la otra cosa en nosotros, el inconsciente descubierto antes de 1897, el mismo incluido en el célebre texto de 1915; una instancia que está en nosotros, pero que también es extranjera, nos es ajena. La segunda vertiente es la constituida por la de la teoría de la seducción, que Freud abandonó en 1897 por no darse cuenta de la íntima relación de la seducción con el inconsciente. Aunque no se la haya reconocido formalmente como fundadora del psiquismo, la seducción mantuvo su “vigencia”, aunque de forma oculta, revelándose indispensable para mantener al inconsciente en su extranjeridad (Laplanche; Leclaire, 1961/1987).
Con respecto al primer tema, el inconsciente descubierto por Freud, en el sentido tópico, esa instancia corresponde a uno de los sistemas de la primera teoría del aparato psíquico, siendo fruto de la represión originaria. El origen del inconsciente sería exógeno, estaría formado por escenas y rasgos mnemónicos sexuales y sus contenidos serían regidos por los mecanismos del proceso primario. Laplanche retomó ese concepto de inconsciente y, junto a Leclaire, presentó un trabajo en el Coloquio de Bonneval (1960), en el cual expuso las ideas de ambos con respecto al realismo del inconsciente.
En lo que se refiere a la segunda vertiente —la de la seducción—, está relacionada a la realidad del mensaje enigmático, que Laplanche presenta como una tercera realidad (junto a la realidad externa y a la realidad psicológica planteada por Freud). Se trata de una realidad definida por un descentramiento originario de dominio sexual: el mensaje enigmático enviado al niño, originado en el inconsciente reprimido del adulto, se confunde con la seducción. De esa forma, enigma y seducción constituyen ese tercer dominio de la realidad que pone de manifiesto los efectos del enigma del otro en el infans, marca irreductible del otro. Ese mecanismo afirma la dimensión de la alteridad porque lleva la marca del inconsciente sexual del adulto (Ballvé Behr, 2022).
Según Laplanche, Freud situó la Revolución Copernicana en el mismo plano que el descubrimiento psicoanalítico, denominado por él como “revolución psicológica” (en realidad, el descubrimiento del inconsciente) por considerar que las dos “revoluciones” se comunicaban, pues se las veía como las grandes humillaciones que había sufrido el narcisismo humano. Se observaba en Freud, así, un fuerte movimiento de regreso al autocentramiento.
Como lo afirmó Laplanche, se observa en Freud, a lo largo de su obra, un posicionamiento de alternancias entre Copérnico y Ptolomeo. Se mantuvo ptolemaico, optando por el autocentramiento, por ejemplo, cuando abandonó la teoría de la seducción (1897); no obstante, se observa en él un énfasis copernicano, heterocentrado, cuando, al comienzo, propuso la teoría de la seducción restringida; y también se mantuvo alineado al pensamiento de Copérnico en sus descubrimientos sobre su “primer inconsciente”. En determinadas situaciones, Freud parecía posicionarse frente a la extranjeridad del inconsciente, pero, en otros momentos, claramente no lograba sostener esa posición, posiblemente porque el extranjero al cual se refería no incluía a un otro que viniera de afuera. Inevitablemente, Freud encontraba a ese otro dentro del sujeto humano desde siempre. En su arsenal teórico, faltaba la teoría de la seducción, abandonada por él por no haberse dado cuenta de la íntima relación entre la seducción y la constitución del inconsciente.
Laplanche (1996) acompaña a Freud y comenta su texto “Una dificultad del psicoanálisis” (1917 [1916]/1992), construyendo una especie de conversación de Freud con Freud y mostrando claramente cómo Freud, más que una afirmación de principios de la heteronomía del ser humano, realizaba un movimiento constante de retorno al centramiento. En un momento afirma: “El hombre […] se siente soberano en su propia alma”, pero luego constata que, en realidad, como nos lo recuerda Laplanche, “la observación psicoanalítica muestra que el yo no es el amo en su propia casa” (Laplanche, 1996, p. 24). ¿Se trataría de una contradicción de dos afirmativas, una primera que constata la soberanía humana, seguida inmediatamente de una segunda que deshace esa ilusión de soberanía? ¿O sería la expresión de la ambigüedad freudiana con respecto a ese tema?
Freud señala que el sujeto se siente incómodo por los límites con los cuales se encuentra dentro de su propia casa/alma: pensamientos ininteligibles, difíciles de desaparecer, que le causan temores o le exigen medidas para mitigarlos. Freud sugiere la existencia de fuerzas extrañas al propio sujeto y, aunque las llame impulsos, aludiendo, por ende, a algo que vendría desde dentro, hace referencia a una invasión extranjera.
La psiquiatría, según Freud, podría reducir esa “incomodidad” vivida, rotulada por él como una disposición hereditaria o una inferioridad constitucional, con lo cual parecería atribuir a lo que perturba un origen biológico. Esa incomodidad también parecería verse reducida mediante el psicoanálisis (practicado por el propio Freud), que intentaría elucidar esos casos como derivados de “enfermedades extrañamente inquietantes”, negando la dimensión de extrañamiento que vendría del inconsciente. Freud sigue proponiendo la interpretación del “psicoanálisis” ante esa inquietante extrañeza: “‘No estás poseído por nada ajeno; es una parte de tu propia vida anímica la que se ha sustraído de tu conocimiento y del imperio de tu voluntad. […]’. […] Entra en ti, en lo profundo de ti, y aprende primero a conocerte” (Freud, 1992 [1917], p. 134). Freud, efectivamente, no toma en cuenta lo que viene del otro, de afuera, ese ajeno que no está alojado dentro desde siempre. Y no nota que no basta con mirar hacia dentro para descubrir lo que mora allí. Porque lo que sostendría, de hecho, la revolución copernicana y lo que permitiría que el sujeto se conociera sería el camino del descentramiento por medio del trabajo de traducción, el cual podría conducirlo al conocimiento de la prioridad del otro “en mí”.
“[Tú] no reconoces lo que en realidad eres, simplemente tú mismo”, sigue Freud. “Es tu propio núcleo, que no reconoces, y el inconsciente revelará ser finalmente “en el fondo del hombre, aquello” (Freud citado en Laplanche, 1996, p. 24-25). El comentario de Freud sugiere que la esencia de la revelación sería algo endógeno que nacería con el propio ser humano. Recordemos que la expresión “en el fondo del hombre, aquello” remite al título de la obra de Groddeck, Au fond de l’homme, cela, que trata de la alegada prioridad de lo vital. Lo vital, lo biológico, no opera como fundamento, sino como modelo real, como lo que es representado en el psiquismo, aunque no sea lo más profundo que existe en la psique. El id, el ello, es el lugar de lo extraño, de las pulsiones más mortíferas, especialmente la pulsión de muerte, pero eso no significa que sea lo más biológico que existe en nosotros. Se trata de algo primordial, originario, o de algo que se vuelve id por el propio proceso de constitución del aparato psíquico: es lo ajeno que empieza a ser en nosotros.
Laplanche leyó esa especie de metáfora creada por Freud en su texto como lo inverso de lo que el mismo Freud había afirmado tantas veces: ¡“buscar ancestros al inconciente freudiano en el inconciente del siglo XIX es extraviarse”! (ibid., p. 25). Pero eso solo podría ocurrir, afirma Laplanche, en la medida en la que el propio Freud reniega de la originalidad de su descubrimiento. Hay un retorno al centramiento: “hay en mí algo que yo he separado, que yo he renegado, pero que debo reintegrar. Ciertamente, el yo no es amo en su morada, pero está, pese a todo, en su propia tierra” (op. cit., p. 25).
Aunque Freud llame extranjera a “la otra cosa en mí”, parece negar que se trate de algo que es otro que vino de afuera. Es extranjera porque no forma parte de mi yo, porque se esquivó a mi conocimiento, permaneciendo aislada porque vino de afuera y fue reprimida, no encontrando integración. Inquietante y extranjera porque tiene origen en un inconsciente descubierto por el propio Freud, es cierto, aunque él no haya incluido, en su descubrimiento, a un otro proveniente de afuera y que aportó algo que también es extranjero a él mismo; un otro que, a su vez, tampoco tiene conocimiento de lo que sucede dentro de él.
La domesticación del inconsciente no cesa de producirse en el pensamiento freudiano, como lo afirma Laplanche, refiriéndose a la dificultad de Freud de sostener el tema en su totalidad: Freud reconocía al inconsciente como extranjero en nosotros, pero no identificaba que ese extranjero provenía de un otro externo y no de las entrañas del psiquismo.
En esa revolución copernicana en la que el descentramiento es doble, Laplanche retoma a Freud, que había afirmado que la histérica sufría de reminiscencias, un cuerpo extranjero interno, lo que significa, en las palabras de Laplanche (ibid., p. 23): “el inconsciente como extranjero en mí e incluso puesto en mí por el extranjero”. El inconsciente como otra cosa que no es una memoria, sino una reminiscencia. Un cuerpo extraño que se manifiesta como otra cosa: el inconsciente (das Andere), que solo se mantiene por la otra persona (der Andere).
En ese descentramiento doble, la otra cosa, el inconsciente, solo se sostiene en su alteridad radical por la otra persona, o sea, por la “seducción” (ibid., p. 30). Es el otro de la seducción. Entre la pasividad del niño y el otro adulto que implanta elementos de su sexualidad reprimida en el niño, surge, a partir de allí, por parte de este, una búsqueda activa de traducción. Esos elementos primeros para traducir —datos de la percepción— lo llevan a intentar dominarlos en su experiencia, ordenarlos, traducirlos para hacerlos entrar en su sistema, lo que conduce, a su vez, al intento de traducción del enigma y a su implantación en el psiquismo del niño. El resto no traducido determina la constitución del inconsciente reprimido. Se sitúa allí el origen del inconsciente y el lugar fundador de la constitución del yo como instancia.
La otra persona es la persona de la seducción, el adulto que seduce al niño. “[E]sta otra persona es la primera en la constitución de mí mismo: una prioridad que no está sólo postulada en la teoría, sino implicada y experimentada en la transferencia”, señala Laplanche (op. cit., p. 30).
Nuestro autor marca el mensaje enigmático como lo que sostiene al otro en su alienación. Sin embargo, el que Freud no conociera esa noción, por ser un concepto posterior a su obra, hizo muy dificultoso que él pudiera abordar determinados temas. Por ejemplo, el desarrollo de la experiencia de satisfacción y el nacimiento del deseo, modelo referente a la necesidad, que es del orden de lo vital y de lo biológico, y que sea a partir de allí que Freud propone la constitución del deseo sexual.
Jean Laplanche, en la línea de Freud, revisa la cuestión del desamparo del infans y su incapacidad de proveer sus propias necesidades, lo que desencadena en él una acumulación de tensión, una excitación desbordante que viene de dentro. El bebé se agita, grita y, así, suscita una acción del adulto, “una ayuda ajena”, que genera un cambio; se trata, así, de una vivencia de satisfacción y de la aparición de determinada percepción que dejan marcas de la ayuda del otro. La imagen mnemónica de esa percepción queda asociada a una marca mnemónica relacionada a la excitación de la necesidad. Cuando esta vuelva a aparecer, se producirá una moción psíquica que volverá a investir la imagen mnemónica, reevocando la propia percepción. Esa moción se llama deseo. ¡La reaparición de la percepción es el cumplimiento del deseo!
Entonces, a partir de la necesidad, surge el deseo. Pero de la satisfacción de la necesidad solo puede nacer una reproducción alucinatoria de la satisfacción de la necesidad. ¡Es un deseo de alimento y nada más! Freud intenta hacer surgir lo sexual de lo alimenticio. ¿Cómo una necesidad de alimentación podría hacer emerger el deseo, que es sexual?
Según Laplanche, Freud no tomó en cuenta la ausencia del otro, que solo se hizo presente en el momento inicial del proceso alimenticio, no quedando de su presencia ninguna marca a no ser la marca del alimento. Además, faltó el “signo que hace signo”, o sea, faltó el otro que ofrece un signo que hace signo al niño antes de que él mismo lo identifique, única manera en que se puede concebir la intervención de lo sexual en la experiencia de satisfacción.
En ese sentido, Laplanche asevera que es el adulto el que pone al pecho en el primer plano —y no a la leche—, lo que se da en razón de su propio deseo. Y es así porque el pecho es un órgano sexual y, al serlo, no se destina solo a la alimentación del bebé. Al abandonar la teoría de la seducción, Freud no se había dado cuenta de que, además de la seducción real, hay una seducción fundadora y generalizada que da origen a lo sexual infantil, a la constitución del psiquismo humano (ibid.).
Nuestro autor amplía el tema, afirmando que todas las escenas primarias escinden dos mundos que no se comunican: por un lado, un comportamiento parental en el cual lo vivido está fuera del alcance del sujeto; por el otro lado (del niño), un espectáculo traumatizante, más entrevisto que visto, adivinado, mencionado por medio de una simple alusión que el niño debe completar, interpretar, simbolizar. La escena originaria solo tiene impacto por transmitir un mensaje, un dar-a-ver o dar-a-oír de parte de los padres/adultos. No existe el otro real en sí; existe, de manera primordial, el otro que se dirige a mí, el otro que pretende algo de mí. “¿[Q]ué pretende de mí este padre al mostrarme, al dejarme ver esta escena originaria, aun cuando sólo fuera llevándome por el campo a asistir al coito de los animales?” (ibid., p. 37-38).
Jean Laplanche nos enseña que el mensaje enigmático está dirigido a alguien que carece de un sistema de interpretación común, constituido de un modo sobre todo extraverbal. Esos mensajes significantes son al mismo tiempo indisociablemente enigmáticos y sexuales porque no son transparentes para los propios adultos al estar comprometidos por la relación de los adultos con su propio inconsciente y por las fantasías sexuales inconscientes movilizadas en ellos a partir de su relación con el niño.
Nos dice el autor: “la ajenidad interna ‘sostenida’ por la ajenidad externa, la ajenidad externa sostenida a su vez por la relación enigmática del otro con su propia alienación interna: tal sería mi conclusión sobre la revolución de descentramiento propuesta aquí en la prolongación del descubrimiento freudiano” (ibid., p. 39).
Palabras finales
¿Es necesario retomar la “revolución copernicana inacabada? ¿En qué permanecería inacabada? ¿Cuál sería la naturaleza de esa falta de acabamiento?
A partir de lo que hemos comentado hasta aquí sobre el texto de Jean Laplanche, podemos decir que, al parecer, Freud llegó a proponerse un posicionamiento en la revolución copernicana, pero de hecho solo logró sostener en parte sus argumentos. Su descubrimiento explica qué es el inconsciente, su funcionamiento, su origen y razón por la cual permanece aislado “dentro de mí”. Da cuenta de un descentramiento (das Andere), el inconsciente, pero no da cuenta del der Andere, la otra persona. Sin embargo, la ajenidad de ese inconsciente deriva de ese otro, un otro que viene de afuera y que aporta algo que también es extranjero a sí mismo. De esa forma, si falta una de las partes, se vuelve imposible sostener el todo.
Entonces, ¿qué falta en Freud? ¿Qué impide que él sostenga la alteridad del otro (seductor) que, en realidad, es quien sostiene la alteridad de la otra cosa (inconsciente)?
¿Cuáles son las causas de la dificultad de Freud en acceder a ese otro? ¿Se debería a su autocentramiento, que es, a propósito, el centramiento de todo ser humano, que está presente en Freud, incluso en su propuesta acerca del proceso de análisis? ¿El repliegue en sí mismo, sería inevitable?
Los “nuevos fundamentos para el psicoanálisis” de Laplanche le permitieron llegar más lejos que Freud en el copernicanismo. Pero, como lo afirma Laplanche, no bastaría con atribuir un supuesto error o ceguera a Freud para explicar la no resolución de los problemas detectados; sería necesario encontrar una razón más profunda como causa de lo que le impidió seguir adelante. Laplanche sugiere que la falsa vía corre paralela a un recubrimiento de la verdad inherente a la propia cosa. El repliegue sobre sí del sistema freudiano, que desemboca en la idea de un aparato del alma, tiene una relación con el repliegue sobre sí del ser humano en el propio proceso de su constitución.
En la obra freudiana, se verifica un paralelismo entre el desarrollo del individuo humano, su ontogénesis individual, y la evolución de la teoría que da cuenta de ese proceso. El recentramiento narcisista surge tras una etapa copernicana en la que el niño gravita en torno al otro y permanece pasivo frente a sus mensajes.
De acuerdo a Laplanche, el problema de abrirse al mundo es un falso problema para la cría humana, para el infans. La única problemática sería replegarse, encerrarse en sí mismo o en un yo, una supuesta adquisición por parte del niño de una primera posesión. En el Proyecto de psicología, Freud afirma que lo que propone no es la cuestión de la apertura, sino la cuestión del repliegue ante el exceso de realidad, todo es realidad (Laplanche, 1989, p. 97-98). En Nuevos fundamentos, Laplanche refiere que lo importante de ese momento en la vida del bebé sería ser capaz de replegarse para garantizar un espacio psíquico y un yo. Sin embargo, ese yo debe someterse a una complejización mayor para alcanzar otros niveles de simbolización, lo que no ocurriría si el aparato se mantuviera cerrado. La apertura copernicana es fundamental para que la vida siga pulsando.
Como sabemos, el recentramiento narcisista ocurre tras una etapa copernicana en la cual el infans gravita en torno al otro y recibe pasivamente sus mensajes. Además, el momento del repliegue narcisista, la constitución del yo como instancia, en el momento de la represión originaria, es correlativa a la constitución del otro interno: el inconsciente. Del lado de la teoría, la incesante recaída ptolemaica de Freud representa el paralelo del repliegue narcisista ineludible del aparato del alma.
En la revolución astronómica y en el psiquismo humano, la herida narcisista encalla en nuestro centramiento narcisista, pero no tenemos la posibilidad de acabar la revolución porque la llave está en el narcisismo: en la medida en que este constituye una defensa, también es autocentramiento. Necesita replegarse.
Pero si el ser humano se repliega sobre sí mismo de forma demasiado precoz y si la teoría también tiende a replegarse, ¿qué sentido tendría conservar la apertura introducida por la teoría de la seducción generalizada?, se pregunta Laplanche; a lo cual responde que el inevitable repliegue de la teoría sobre el yo solo sería definitivo si el psicoanálisis fuera solo una teoría frente a su objeto. No obstante, por ser, en principio, un “método” y al ser este indisociable de la situación analítica, esta situación reitera la situación originaria del ser humano. El psicoanálisis es, al mismo tiempo, ptolemaico y copernicano. Copernicano porque, al comienzo, encuentra su centro de gravitación en el otro, tanto en la observación de la regla fundamental y en la transferencia. La propia cura psicoanalítica no escapa a un incesante recentramiento: el yo no cesa de trabajar para intentar volver a poner en orden los elementos inconscientes “recuperados”, afirma Laplanche (1996, p. 43).
La modificación de la alteridad psíquica tras la represión originaria, cuando la relación con un otro externo se vuelve relación con el otro interno, se hace necesaria para que se efectúen los cambios. Pero, paradójicamente, ese repliegue del aparato del alma también se debe cuestionar para permitir la posibilidad de que ocurran nuevos cambios. En determinados momentos, es necesario que el otro para conquistar sea el otro externo, fuente de mensajes enigmáticos, que, en otros tiempos, fue origen de una verdadera pulsión para traducir.
Como nos lo enseña Laplanche (2001), en la cura, la transferencia surge como la posibilidad de una apertura del aparato, como una renovación de la dirección enigmática del otro, instigadora y hasta generadora de una neogénesis de energía libidinal. En ese sentido, su mirada se dirige específicamente al final del análisis, que también representaría una especie de repliegue desde el cual, muchas veces, es posible salir, en una posición copernicana, situándose frente al descentramiento del ser humano con la alteridad y la prioridad del otro. Y no es casual que nos encontremos con muchas referencias del autor a ese tema, en diversos textos, incluso muy anteriores al que aquí comentamos, momentos en los cuales se pregunta sobre la posibilidad de ese destino del movimiento psíquico.
Finalizando el texto y retomando específicamente el tema de la revolución copernicana inacabada, nos gustaría enfatizar que el trabajo de Laplanche al pensar esa falta de acabamiento fue sumamente válido. Él avanzó algunos pasos en el camino transitado por Freud. Además de adoptar el concepto de inconsciente freudiano, tomándolo como el centro de sus “nuevos fundamentos”, lo llevó al Coloquio de Bonneval y, junto a Serge Leclaire, ante una platea liderada por Jacques Lacan, su maestro en esa época, defendió el realismo del inconsciente, la diferencia entre inconsciente y lenguaje, proponiendo la imposibilidad de concebir un inconsciente que no tenga origen en la represión sexual, resaltando la absoluta necesidad de pensar al sujeto del inconsciente y la apertura hacia la cuestión del otro. Llegó al der Andere, a la otra cosa en nosotros, desenterró la seducción, entonces, como núcleo del enigma, transmitió la idea de un mensaje del adulto al niño, que es enigmático porque viene del otro y, a partir de ese enigma sexual, un mensaje que funda y constituye… hizo que el descubrimiento fundamental de Freud se viera complementado justamente dando una vuelta más en esa espiral del conocimiento tan valorada por él.
Agosto de 2024
Referencias
Ballvé Behr, K. M. “Da sublimação à inspiração. Uma abertura ao enigma e à alteridade”, in Tarelho, L. C. et al. (Orgs.). Entre Sedução e Inspiração: como situar o eu na obra de Jean Laplanche? São Paulo: Zagodoni editora, 2022.
Laplanche, J.; Leclaire, S. (1961) “El inconsciente: un estudio psicoanalítico”, in Laplanche, J. Problemáticas IV: El inconsciente y el ello. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1987.
Freud, S. (1917 [1916]). “Una dificultad del psicoanálisis”, in Obras completas Sigmund Freud. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1992.
Laplanche, J. “La revolución copernicana inacabada”, in La prioridad del otro en psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1996.
Laplanche, J. “Nuevos fundamentos para el psicoanálisis: la seducción originária”. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1989.
Laplanche, J. “Las fuerzas en juego en el conflicto psíquico”, in Entre seducción e inspiración: el hombre. Buenos Aires: Amorrortu editores, 2001.
Laplanche, J. “A revolução copernicana inacabada”. Percurso, 29(56/57), 15-34, 2016. Recuperado de https://percurso.openjournalsolutions.com.br/index.php/ojs/article/view/253
[1] Conferencia dictada en la Jornada de los 25 años de Constructo Instituição Psicanalítica, 22, 23 y 24 de agosto 2024, Porto Alegre, Brasil. © Constructo Revista de Psicanálise. Traducción: Adriana Carina Camacho Álvarez (Lecttura Traduções).